La velocidad del envero en la viña es imponente. Todo un espectáculo de la naturaleza. Cada día que pasa, las uvas se agrandan y ‘pintan’ más y más, lo que significa que su metabolismo está cambiando y empiezan a almacenar azúcares a gran velocidad. Se mezclan, en los mismos racimos, uvas de varios colores: verdes, dorados, rosados, azules, púrpuras… La mencía tiene un color espectacular y algunos racimos, visualmente, parecen ya estar listos para la vendimia. A la vez que se produce el envero, el pámpano de la vid comienza a endurecerse y adquirir una tonalidad marrón, de madera. En ese momento se deja de llamar pámpano y pasa a llamarse sarmiento.
Estamos a 12 de agosto y el Bierzo está en plena expansión del envero, que es muy explosivo y se produce en pocos días. No podemos resistirnos y catamos algunas uvas. Se nota que los niveles de azúcar han ascendido y empieza a reducirse la acidez aunque aún le queda. La piel es consistente, rígida y las pepitas son amargas pero ya se intuye el potencial. Paseo con Suso entre las viñas y encontramos una malvasía. ‘Prueba esta’, me dice. Está dulce, deliciosa. ‘Las variedades blancas maduran antes que las tintas y la malvasía es de las primeras’, me explica. Nos comemos un racimo entero. El sabor es exquisito, muy dulce. El aroma me recuerda al moscatel, con un ligero toque a cítrico. Sin duda, ha sido un momento maravilloso.
Pero hoy no solo hemos venido a pasear y observar los viñedos. Hemos venido a proteger el viñedo. Las uvas son un alimento sabroso y nutritivo no solo para los humanos. También gustan a los corzos, los jabalíes y los pájaros. El 90% de las aves consumen uvas. Nuestra viña, en pleno monte de San Esteban, está más expuesta a estos animales que las viñas del valle, donde su principal problema lo viven con los conejos.
La viticultura no puede desarrollarse de espaldas a la naturaleza. La convivencia con éstas y otras especies -algunas con una gran capacidad de causar daños a la viña- no es fácil, pero tampoco imposible. ‘El problema en esta zona está en que se han abandonado muchos viñedos, la maleza y el bosque ha crecido y las poblaciones de animales se han descontrolado’.
El jabalí se ha convertido en una especie-plaga en toda España: sus poblaciones se han multiplicado y los riesgos ya no solo afectan a los cultivos, sino a la siniestralidad vial y la salud pública. Con el confinamiento no hubo caza y la población se ha disparado. ‘Esta parcela de aquí llevamos recuperándola hace cuatro años. Aún no la hemos podido vallar y nunca la hemos vendimiado. Siempre se la comieron los animales’.
La cantidad de viñas abandonados, el pequeño tamaño de las parcelas y la dispersión de los viñedos no favorece el trabajo a 13 Viñas. ‘Vamos poco a poco. Este año hemos vallamos 4 parcelas, el año que viene le tocará a esta. De momento, nos toca sufrir’, me dice Suso.
Observando cepas, descubrimos de repente algunos racimos comidos por el jabalí. ‘Las aves usan sus picos para extraer algo de la carne dulce y jugosa de las uvas. El corzo es más delicado pero el jabalí causa verdaderos desastres. Por cada racimo que come, deja otros machacados en el suelo, socava el terreno, rompe ramas… es muy bruto’, me explica Suso. Hoy hemos tenido suerte, solo ha comido unos pocos racimos de tres o cuatro cepas. ‘Debía de ser pequeño y andar solo. Pero si entra una bandada con hambre, te destrozan’.
Tras meses plagados de dificultades en forma de hongos y episodios meteorológicos adversos —mildiu, black rot, oídio, granizadas—, son muchos los viticultores que pierden buena parte de la cosecha por estas incursiones a pocos días de la vendimia. Reconozco que el territorio es compartido y la biodiversidad animal es positiva si se consigue llegar al equilibrio. Pero está claro que, en el caso del jabalí, no es así.
Llegamos a mi viña. Aunque está protegida con la valla metálica, nada nos garantiza que un corzo no salté o que un jabalí, que tiene mucha fuerza, acceda atraído por el olfato de la fruta dulce. El jabalí es un animal que tiene muy agudizado el sentido del olfato, así que ese será el punto a atacar. Colocamos alrededor de toda la valla botellas de agua con producto repelente que desprende un fuerte olor. Un método disuasorio y no agresivo para intentar mantener alejados a estos animales salvajes del viñedo.
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También atamos a las viñas cintas antipájaros bimetálicas, doradas por un lado y plateadas por el otro. Al ser muy ligeras, las mueve el aire y la luz que incide en ambas caras provoca unos destellos que espanta a los pájaros. Observo que a algún racimo le faltan uvas. ‘Han sido los pájaros. Pueden ser los cuervos, gorriones, estorninos, mirlos…’. De momento, nada importante. Sólo indicios de lo que puede suceder en cualquier momento. ¡Dios mío, cuánto sufrir!
Así es la vida del viticultor. Y lo que nos queda aún por delante. Pese a todo, Suso ríe feliz entre las viñas y yo me digo a mí misma que pensaré en todo esto cuando al llegar a casa descanse y saboree un vino de 13 Viñas en mi copa.