Día de vendimia

Llegó el gran día. Hoy toca vendimiar por fin nuestra viña apadrinada. Nos levantamos a las 8 de la mañana. El cielo está despejado, tenemos 15 grados de temperatura y la previsión es de sol radiante todo el día. La cuadrilla de vendimiadores de 13 Viñas se concentra a las 8.45 en la bodega. Ayer tuvieron un día de perros. Vendimiaron con lluvia, granizo, frío y calor… Un día duro. Nosotros proponemos a Julio vendimiar solos la parcela. Son 350 cepas y creemos que podremos con ella. ‘Como queráis. Si os cansáis o veis que no llegáis, me avisáis y venimos con la cuadrilla para terminarla’. La cuadrilla la forman 6 personas, más Julio y Suso. Cinco hombres y tres mujeres. Trabajan seis horas (de 9 a 15h) para no agotar al personal y mantener el ritmo toda la semana. ‘OK. Lo vamos a intentar. Pero hablamos durante la mañana’, le respondo.

Ellos se ponen inmediatamente al ataque. Nosotros decidimos antes ir a tomar un café y dejar que el sol matutino combata la humedad y así evitar que la fruta esté mojada. Al final, entre unas cosas y otras, llegamos a la viña a las 10.00h. Julio nos ha dejado 12 cajas y los calderos con las tijeras. Colocamos las cajas bajo la sombra de un árbol y nos organizamos Carlos y yo por hileras. De abajo a arriba. Antes de empezar, la foto de rigor con los primeros racimos. Nos queda una mañana larga de trabajo pero la sensación es de alegría. Hay incertidumbre por la cantidad de uva que vamos a obtener y si llegaremos a los 400 kilos necesarios pero ya qué más da… Esta es mi uva y he entendido y aceptado la individualidad de mi parcela, de su terreno y sus cepas viejas en estado aún de recuperación. Empezamos a cortar y a retransmitirnos el uno al otro los hallazgos. ‘Maite, con solo esta cepa de palomino he llenado casi el caldero entero’, dice Carlos. ‘Genial, pero lo que nos importa es la mencía que es la uva mayoritaria (90% de la parcela) aunque tras una hora de trabajo reconozco que en la parte baja -donde nos parecía que había menos uva- estamos sacando racimos de mencía muy, muy sanos’. Seguimos.

Vendimiar es mucho más que encontrar un racimo maduro, cortarlo y depositarlo en una caja cuidadosamente. Vendimiar, aunque no lo parezca, requiere un poco de análisis y orden. Cada cepa es diferente, hay que revisarla bien e inspeccionar los racimos. ‘No quiero hojas ni nada de brotitis (esa famosa microseta que pudre las bayas y hace aumentar la tasa de azúcar de la uva). Me da igual si el grado es bajo pero no quiero racimos podridos’, le digo a Carlos. ‘Ya lo compensaremos con esos racimos un poco pasificados’. Estamos de acuerdo.

Pero lo cierto es que no hay casi brotitis, solo la encontramos en dos cepas de dona branca, una variedad blanca muy delicada que no ha soportado bien las lluvias.

Tras tres horas seguidas de trabajo, empezamos a sentir las agujetas de días anteriores y el esfuerzo de doblar continuamente la espalda y subir los calderos hacia las jaulas. Me llama Julio para saber cómo nos va. ‘Llevamos 8 jaulas y nos falta la parte central que es la más copiosa. Pero estamos bien’. Son las 12 del mediodía. El sol es agradable y se presenta como aliado natural de la fruta.

Hacemos un breve descanso, bebemos agua pero enseguida tenemos ganas de reiniciar la actividad, terminar la caja o la fila, cortar un nuevo racimo, y uno más, y otro… y me doy cuenta que tiene algo de adictivo. Seguramente no es lo mismo para los jornaleros que trabajan día tras día y en diferentes condiciones físicas y meteorológicas. Pero para nosotros, es muy gratificante recoger hoy los frutos tras meses de trabajo viendo evolucionar el viñedo y viviendo en piel propia cada una de las adversidades pasadas. Hoy, bajo la luz del sol y al aire libre, me siento bien, ágil, viva y natural. Pese al esfuerzo físico, es un momento de desconexión y de vínculo con el medio rural y me gusta. Seguimos.

El calor aumenta y el cansancio se acumula. A las dos de la tarde viene Julio a la viña a ver cómo vamos. Aun nos queda una buena parte por vendimiar. Así que llama a parte de la caballería al rescate y en una hora hemos terminado. Al final, han salido 22 cajas de mencía y una y media de palomino. 400 kilos de uva. Objetivo cumplido.

Julio me reconoce que en los últimos días sufría por si no salía uva suficiente para llegar a las 365 botellas pero ahora respira tranquilo. Yo también. Sin duda, un par o tres de jaulas más nos habrían venido estupendamente para poder completar depósito y ser más selectivos con los racimos pero la realidad es la que es y esto es lo que el viñedo nos ha querido proporcionar. Tenemos uvas y tenemos calidad. Quizás no sea la mejor uva del Bierzo o la del mejor año, pero es la mía. El rendimiento de las cepas viejas en recuperación (400 kilos) es mínimo si lo comparamos con los rendimientos máximos permitidos por la DO (11.000 kilos por hectárea que supondrían hasta 1.300 kilos en nuestra viña). Un 30% de lo requerido. Así que si eso no nos da calidad que baje Dios y lo vea.

Estamos agotados pero la sensación, tras una buena ducha, es de máxima relajación. Comemos algo y vamos a la bodega. Ahí está el trabajo ahora.

Publicado por maiteruiza

Periodista. Especialista en Vinos. Autora de El Viaje al centro del Vino

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