Lunes 13 de septiembre, tras un fin de semana de sol y calor, vuelven las nubes y la lluvia. Miramos la previsión meteorológica y parece que el agua estará presente toda la semana. Maldita sea. Tendremos que ver cómo le afecta la lluvia a la maduración de los racimos pero al parecer le está costando bastante madurar por la ausencia de las altas temperaturas. Algunas bodegas han iniciado la vendimia pero de forma mucho más tímida que en ocasiones anteriores. Me cuenta Julio que en Cacabelos tuvieron que cerrar la cooperativa y paralizar la vendimia de los viticultores porque el mosto no daba el grado necesario. Así que no queda otra más que tener paciencia, mirar al cielo y confiar que la uva aguante sana y no aparezca la brotytis. Todo nos indica que no va a ser para nada una vendimia fácil.
Por suerte, este fin de semana vino a visitarme mi amiga Mansura de Madrid (llevábamos tres años sin vernos). Vino con cuatro amigos. Todos ellos dispuestos a vendimiar si hacía falta. Me hubiera encantado vendimiar con ellos pero Julio nos recomienda esperar. ‘La uva no está aún. Es peor hacer vino de uva verde que de uva sobremadurada. Créeme, aún falta un poco’. Seguramente tiene razón pero mirar el parte meteorológico y ver previsión de chubascos de lunes a jueves da mucho vértigo. En todas partes se habla de lo mismo. En el Bierzo, Ribera del Duero, Valdeorras, Ribeira Sacra, Rías Baixas… La llegada de una nueva borrasca atlántica y el descenso de temperaturas preocupa enormemente al sector del vino. Pero es que la uva no está y llegados a este punto, las decisiones se toman día a día.
Subo con mis amigos a ver la viña. Ellos, encantados. Caminamos por el monte, disfrutan del entorno, se sorprenden al descubrir cómo asoman tan dispersas las pequeñas parcelas de viñas entre arboles y zarzas en el alto de San Esteban. Una aquí, otra allí. ‘No nos lo imaginábamos así’, me dicen. Hablamos del minifundio, de los viñedos desaparecidos, de los abandonados, del trabajo de 13 Viñas por recuperar cepas centenarias y evitar que se pierda ese patrimonio agrícola del Bierzo. Les cuento que en 1999 el Bierzo tenía entorno a 10.000 hectáreas de viñedos, que hoy quedan poco más de 6.000 hectáreas y que dentro de la DO no llegan a las 3.000 hectáreas. ‘Se sigue abandonando viñedo año tras año pese al boom de reputación y calidad de los vinos del Bierzo que hoy están en prácticamente todas las ciudades y cartas de restaurantes de España y en el extranjero también’. Mientras les cuento, veo en sus caras la sorpresa y reconozco en sus ojos ese mismo sentimiento que emergió en mí el pasado mayo cuando llegué al Bierzo y descubrí esta realidad. Una mezcla de incredulidad y tristeza profunda.
Y me doy cuenta de lo mucho que he aprendido durante este tiempo del vino de esta región y me satisface colaborar en su divulgación y en valorar aún más el trabajo de los viticultores y bodegueros del Bierzo y especialmente de esos que trabajan de manera artesanal y huyen de elaboraciones industriales con todo tipo de técnicas y aditivos químicos, aunque sea dentro de los límites legales.
Llegamos a la viña y mientras ellos disfrutan viendo las cepas y haciéndose fotos, yo me fijo que algunos racimos muestran signos evidentes de deshidratación. Llamo a Julio para explicarle y le mando algunas fotos. ‘La cepa se ve sana, no se ve nada podrido por lo tanto no es brotytis ni es black rot que afectaría antes a los racimos inferiores. Solo afecta a los racimos más altos así que todo parece indicar que esas bayas se están secando porque han recibido un golpe de sol o de calor’.
No ganamos para disgustos. Me preocupa la pérdida de peso y racimos en una producción ya limitada pero Julio me tranquiliza. ‘Yo creo que tienes uva suficiente pero si te faltara, completaremos con otra de nuestras parcelas. No te preocupes por eso’.
Sin embargo, no puedo evitar sentirme un poco apenada pero miro a mi Mansura y sus colegas. Ellos rebosan energía, alegría e ilusión y se emocionan con los racimos sanos de mi viña. ‘¡Pero mira esta cepa que cargada y mira este racimo que bonito!’. Me contagian su entusiasmo por el proyecto de apadrinamiento de viñas, me felicitan por el blog y la labor de divulgación. ¡Que suerte tenerlos cerca! No hemos podido vendimiar uvas pero en el camino de vuelta recogemos algunas moras, cargamos las furgonetas de vino y comida y nos vamos al pantano a hacer un picnic. Comemos, reímos, compartimos y disfrutamos. Y me doy cuenta que, al igual que en la amistad, la cantidad no es lo más importante. Han sido tres días maravillosos en los que me he reencontrado con mi buena amiga y he conocido a gente nueva que vale mucho la pena y que ya forman parte, para siempre, de este viaje al centro del vino. La próxima, ¡nos vemos en Madrid!