Hacía días que no había ido hasta la viña. Los esfuerzos se concentran en la bodega donde siguen los trabajos de maceración, descube, trasiegos… Son días intensos de planificación, de control, de análisis, de afinar con la cata y determinar la crianza más adecuada para cada vinificación en función de su perfil, su estructura y su futura comercialización. ¡Casi nada! Decido no marear y dejar tranquilos a Julio y Suso en la bodega. Voy a ver la viña, a la que no he vuelto desde la vendimia.
Con la llegada del otoño, las cepas han cambiado de color. La vid es una planta de hoja caduca que después de terminar el periodo de crecimiento y reproducción, se deshace de todas sus hojas. A raíz ya de estas temperaturas más bajas y con menos horas de sol, la planta ha dejado de producir clorofila que es la causante del color verde. Así, la ausencia de clorofila permite que otros colores salgan a la luz. Una auténtica maravilla: amarillos, marrones, ocres, rojizos… el paisaje se vuelve melancólico y espectacular.
Es el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Al igual que el resto de estados fenológicos, estos cambios no ocurren al mismo tiempo en todas las plantas, depende de la variedad y de la ubicación. Las variedades blancas aguantan el verde un poco más, la mencía se vuelve amarilla rápidamente, y la garnacha es granate puro. Hay hojas ya muy secas y algunas han empezado a caer. Tras la caída y durante los meses de invierno, las viñas permanecerán en reposo vegetatito, sin actividad, listas para la poda en seco y el inicio de una nueva añada.
Pero ahora mismo la escena es profundamente hermosa, llena de colores e imágenes increíbles. Me sorprende ver que aún soportan algunos racimos que han crecido y aumentado tras la vendimia y hoy, con menos follaje y más claros en la cepa, sobresalen visiblemente.
Todo el Bierzo luce espectacular en otoño. Lo que hace unas semanas eran campos repletos de racimos y de un verde infinito, hoy presentan colores plenamente otoñales. Es un momento ideal para recorrer senderos entre viñedos y bosques, acercarse a los castros desde donde observar las maravillosas vistas y visitar los antiguos lagares tradicionales que aún se conservan y con los que se elaboraban los vinos desde el siglo VIII.
El Bierzo -histórica, económica, cultural y paisajísticamente- está atado al vino y eso lo evidencian sus campos, sus pueblos y sus gentes. Miro el paisaje y pienso en todas las personas que he conocido aquí. Gente trabajadora, afable, hospitalaria, disfrutona, bella… como todo el Bierzo en otoño. A mí me ha llegado la hora de volver a casa. Han sido cinco meses de viaje y aprendizaje increíbles. Y no hemos acabado aún, así que volveré porque yo, como el vino, ya estoy atada al Bierzo para siempre.