
Hay muchas formas de presentar un vino pero sin duda esta semana he vivido una de las más especiales en Santa Bárbara, mi pueblo natal, ubicado en el epicentro de la última comarca de Cataluña, el Montsià. A muchísimos kilómetros del Bierzo e incluso de Barcelona. Seguramente, una de las zonas más desconocidas de Cataluña pese a su espectacular riqueza natural entre el impetuoso puerto montañoso de Los Ports, ese mar de olivos y cítricos de la planície del valle, la súbita sierra del Montsià arran de costa y la belleza inimitable del Delta del Ebro, con sus arrozales, sus estuarios, nuestro apreciado río y la tranquila badía del Trabucador. Hay vínculos emocionales que son inquebrantables y el lugar de origen y la tierra de donde procedes, sin duda, lo son.
Así que cuando el Campus Conjunt Instrumental de la Plana del Montsià, dirigido por el maestro Joaquim Tafalla, me propone participar en el concierto final del Campus, no lo dudo. Para mí es una oportunidad de reconectar con mi pueblo, con mis vecinos, con mis orígenes. De hacerles saber un poquito de mí y de este proyecto maravilloso que ha sido El Viaje al centro del Vino y que ha desembocado en este blog con más de 80 artículos y reportajes, en un libro y en un vino. Mi propio vino.
Pero… ¿cómo conectar el vino y la música? Ese fue el gran reto que aceptó el conjunto instrumental del Campus y juntos organizamos lo que se denomina un ‘pequeño’ maridaje musical. Porque sí, la foma de entender el vino y la música son parecidas. Ambos nos trasladan al mundo de las emociones.
No hace falta que seamos grandes entendidos para sentir que una canción o un vino en particular nos gusta y nos despierta emociones. Y eso pasa porque igual el vino que la música tienen la capacidad de activar y estimular ciertas áreas de nuestro cerebro que conectan directamente con el campo de las emociones, las sensaciones, el bienestar, el placer… De hecho, dicen que escuchar música mientras bebes un vino hace incluso que el sabor de la bebida pueda cambiar. Y es que un vino también tiene un tempo, una intensidad, una complejidad, una armonía…’.
Así que decidimos proponer este ‘juego’ a los músicos del campus y así se lo explicamos al público. ‘Os pedimos que abráis vuestra mente y vuestros sentidos para disfrutarlo.






De mi vino les conté que es fruto de un largo viaje, el que hice hasta el Bierzo: 893 kilómetros de carretera. Un vino trabajado a mano desde la viña hasta la botella, hecho sin prisas, de forma natural -sin químicos añadidos-, de racimos que proceden de viñas viejas y sabias y de una variedad tan única y singular como lo es la mencía. Un vino joven, sin crianza. Fresco, ligero pero intenso a la vez, donde predomina claramente la fruta y el aroma a violeta, tan característico de la mencía. Es un vino muy perfumado, sencillo pero persistente en boca y lo más importante para mí, un vino para disfrutar, sin grandes pretensiones, pero muy dinámico y alegre.
Y el Campus lo maridó con una pieza musical que precisamente brilla por su dinamismo y alegría. American Patrol fué compuesta en 1885 por el compositor y arreglista FW Meachan pero se convirtió en un estandar del jazz y del swing durante la Segunda Guerra Mundial. Es una obra que habla de viaje y desafíos (el que hizo el ejército americano a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial) pero que desprende fortaleza, esperanza, autoestima, alegría y movimiento. El Campus interpretó la versión de Jan Van der Goot.
Y sólo puedo agradecer al maestro Tafalla su valentía, sus ganas y su complicidad. Creo que conseguimos darle al concierto final del Campus una energía y un dinamismo particular. Gracias al Ayuntamiento de Santa Bàrbara y especialmente a Ana Panisello por su total predisposición, su connivencia y su colaboración. Y a todo el pueblo de Santa Bàrbara por su acogida y su calor. Sin duda, la música y el vino tienen otra cosa en común: la magia que generan al ser compartidos. ¡Gracias, Santa Bàrbara, por la magia!